LA PAZ ESTÁ EN LA CALLE

El pueblo caminó en la ciudad, caminó y caminó; y marcharía lo que fuese que andar. Se tenía un mismo propósito, las personas y animales que marcharon tenían la misma intención: “como ahora somos más, ahora sí la paz”. 

Asoleada empezó la madrugada del 9 de abril en la capital de Colombia; ésta aún seguía recibiendo las miles de busetas, buses y chivas (mixtos) de todos los territorios del país; sus calles y avenidas principales se llenaban de estas máquinas rodantes que casualmente la mayoría eran blancas. Se anticipaba una movilización grande en la histórica Bogotá, los carros empezaban a marchar por sus calles y carreras, por las ventanas salían cabezas de todos los colores, unas adornadas por collares, otras por sombreros, otras más por trapos multicolores; en la ciudad empezaban a notarse grandes focos de multiculturalidad. 


La Bogotá que estuvo roja, bañada en sangre ese 9 de Abril de 1948, ahora -65 años después- se volvía blanca, eran las ansias de Paz, era el “Bogotazo por la Paz”. Poco a poco empezaba el calor de la alegría, poco a poco cada pie empezaba el camino, la meta estaba clara, el horizonte estaba despejado y el cielo era el único testigo que tenía la posibilidad de ver la magnitud de cuántos humanos congregaban la gran marcha. 


En el ambiente habían palabras claras: “lo que rompe la paz es el egoísmo”, “la paz es trabajo
digno para tantos brazos que quieren trabajar”, “a Gaitán no solo lo mataron, llevaron a un país a una guerra donde empezó dejando 300.000 mil muertos y ahora no se sabe cuántos más”, “los ciudadanos le perdieron respeto al Estado y el Estado le perdió respeto a los ciudadanos”, “Se exige respeto a los que nunca fueron respetados”, “no somos un pueblo malo, somos un pueblo maltratado” , “no hay ceremonia más difícil y necesaria que la ceremonia del perdón, porque el que perdona es el más valiente de los valientes”; eran frases que salían de personas que le apostaban a la paz, frases de Edilberto, José, William, Piedad, María, Gustavo y Juan Manuel. 

Ahora, en la capital, toda Colombia se juntaba. En cada caminante estaba la identidad de su territorio, de su cultura, su familia, su ideología, sus ganas de paz. El afro con su sabor y sus infaltables instrumentos musicales establecía el ritmo; el campesinado mostraba la firmeza de sus pies y la fuerza de sus manos cuándo lanzaban vivas a la dignidad; los indígenas, rodeados de su guardia, acompañaban con sus trajes multicolores al mismo tiempo que bailaban con los sonidos de sus quenas y sus zampoñas; las organizaciones de mujeres hacían sonar los tambores, la batucada con el poder de su autonomía; los teatreros recordaban ese trágico 9 de abril en sus escenas móviles; los cantantes urbanos eran los causantes de los descansos de la marcha, sus letras eran contundentes liricas de paz; los estudiantes con su alegría y su ímpetu juvenil coreaban la necesidad de construir una generación de paz; los citadinos no ajenos a lo que pasaba en su ciudad, se sumaron con sus pitos, mascotas y carteles “Somos muchos en un país, por eso aquí caminamos todos”; y los que no, se asomaban curiosos por sus puertas y ventanas, sorprendidos al ver una marea humana con banderas blancas que se apoderaba de la urbe. Y era así, era el diverso pueblo colombiano que se tomaba las calles y clamaba por ver lo que nunca se había visto: las manos del perdón y el rostro de la paz. 

El pueblo está cansado, ya no quiere que sigan hiriendo su patria, no quiere que lo irrespeten más, que lo sigan desconociendo. El pueblo ya no quiere tener más paciencia porque la ha tenido por más de 65 años, está cansado de esperar. El pueblo se levantó este 9 de abril de 2013 para marchar y exigir la paz con justicia social como constituyente primario. Y “la única condición para que la paz siga, es que no maten la protesta, que no aniquilen la rebeldía pacifica y que dejen crecer las ideas” eran las letras de la Segunda Oración por la Paz, que se oyó en la plaza de Bolívar de la majestuosa Bogotá.

Por: Juan Marín
juanfdomarin@gmail.com