LA DIFERENCIA ENTRE UNA PRÓSTATA PRESIDENCIAL Y UN PIE CIUDADANO



Por: Belén Alarcón

Hoy que se ha puesto de moda hablar en público de la próstata -esa glándula que siempre había sido tan celosamente guardada y venerada por los hombres, pues para muchos en ella reposa su poder y de la que nadie osaba hablar en público, pues ¡hay de quien se atreviera a hacerlo!- quiero compartirles una de mis partes más intimas, la que si no es porque se trata de un asunto de Estado, como las presidenciales próstatas, seguiría guardando en la intimidad de mis calcetines.

Pues si señores y señoras, resulta que las honorables próstatas del presidente Santos y la del vicepresidente Garzón fueron diagnosticadas y atendidas en dos de las más conspicuas instituciones de salud, el Hospital San Ignacio y la clínica Reina Sofía de Bogotá, donde de inmediato como se lo merecían dado su rango presidencial fueron extirpada la una y tratada  con radioterapia la otra. Procedimientos a los que los médicos tratantes con la debida difusión en los medios de comunicación, hicieron un riguroso seguimiento posoperatorio, evidenciándose clínicamente la mejoría en su salud física y ningún cambio en las condiciones del país.  Se constituyó, sin lugar a dudas esta,  en una de las más importantes noticias y un alivio para los ciudadanos y ciudadanas, pues se comprueba, ni más ni menos,  que es posible gobernar el país sin la presidencial gónada, sin que se produzca la en otrora temida hecatombe.

 Observar fisura oblicua en el cuarto dedo del pie izquierdo.

Por razones de mi sexo la naturaleza me  libró de la glándula de marras, pero me dotó al igual que a mis amigos y compañeros hombres y en eso nos hizo iguales, de unos pies que me han permitido bailar, marchar, ir por caminos, calles, carreteras, montañas y ríos escondidos. En una de esas travesías un mal movimiento me hizo meter la pata y se me fracturó el cuarto dedo de mi pie izquierdo (para quienes no sepan, los dedos empiezan a contarse del pulgar al meñique), con la consecuente edematización, dolor e incapacidad para caminar.

Acudí a la institución a la que en el sistema de salud contributivo estoy afiliada y allí mi pie de ciudadana de a pie, sin rango presidencial, debió esperar una larga fila de usuarios, que no pacientes, para que un cansado médico diagnosticara que no era urgencia y me formulara unas tabletas de ibuprofeno que no calmaron mi dolor. Esta se constituye, sin lugar a dudas, en una muy mala noticia, pues cuando por un momento creímos que todos los ciudadanos gozaríamos del servicio de salud de “la prosperidad”, que atendió al presidente Juan Manuel y al vicepresidente Angelino, debí acudir a mi hermano Diego, radiólogo de profesión para que me ratificara mediante una radiografía la lesión ósea, y a las improvisadas manos de enfermera de Tania, mi hija abogada, que se rehusó a caer en la lógica de las tutelas y con ternura entablilló mi dedo con dos palitos de los de las paletas  y haciéndome un unto con la “pomada del Indio”, que un día en una de mis correrías mi compañero de trochas consiguiera en una tienda de abarrotes en el Amazonas, río al que con mi pie ágil regresaré para extasiarme con el canto de los delfines rosados.